Hernán González M.
Los cien años de la muerte de Luis Emilio Recabarren han motivado muchos eventos de conmemoración; discusiones y análisis de su obra en seminarios y mesas redondas, publicaciones, lanzamiento de libros, etc. y lo seguirá haciendo en el futuro.
Recientemente su pensamiento y aportes políticos comienzan a ser relevados y a convertirse en objeto de preocupación académica, todo ello como si Recabarren fuera un objeto de veneración a la manera de un personaje histórico relevante para comprender el siglo XX chileno, tal como suele hacerlo cierta historiografía con pretensiones de sublimidad o de una inefabilidad tal que no acierta a pronunciarse sobre el significado contingente de los acontecimientos que indaga y analiza.
Es aparentemente el destino de dichos personajes. Para las ciencias sociales tradicionales por una consideración moral que los despoja de sus determinaciones y significado coyuntural con el fin de rescatar su “lado bueno”; o -para las más recientes y que relevan la discontinuidad y singularidad de los fenómenos que analiza- convertirlo en una pieza de archivo, considerable tan solo como un fragmento; como el trozo de cerámica; de piedra; o el acta por el cual se conserva, liberado de su sentido original reciclándolo en función de una actualidad igualmente fragmentaria.
Estas pretensiones de pureza teórica, en uno y otro caso, consisten en depurar el significado contingente que su actividad y pensamiento tienen para el presente. Recabarren, de hecho, intervino en el tránsito de los siglos XIX al XX y sobre las contradicciones y deficiencia de la sociedad que su desarrollo ponía en evidencia, a las que denuncia y pretende modificar. Por cierto, un lugar incómodo para la academia; una actitud teórica que desarrolla igual que la generación de intelectuales liberales del siglo anterior a él a través de la prensa, que es al mismo tiempo una posición política.
Es precisamente a partir de esta condición que se proyecta al futuro y lo que le confiere actualidad. Su obra y pensamiento tienen, pues, un significado contingente. Hacer de ellas nada más que la confirmación de un destino escrito de antemano por filósofos e historiadores, es reducirlo a la condición de prescindible, circunstancial, o en el mejor de los casos, pieza de archivo para uso posterior de críticos culturales.
Si así fuera, las transformaciones productivas, culturales, sociales y políticas de los últimos cincuenta años, tal como ha sucedido en el pasado con otros “personajes históricos”, podrían terminar por superarlo y convertirlo, en el mejor de los casos, en un monumento digno de admiración, pero absolutamente inocuo. Respetable ciertamente, pero mientras permanezca en los altares que la academia, las instituciones republicanas y el poder constituido lo han colocado o comienzan a hacerlo.
La obra de Recabarren, sin embargo, se emplaza en el momento en el que el acuerdo con el que la elite durante la segunda mitad del siglo XIX había resuelto sus contradicciones y sentado las bases de la República, comenzaba a manifestar sus déficit y fracturas. Es lo que en ese entonces recibió el nombre de la cuestión social. Recabarren es el primero en señalar la exclusión sobre la que descansaba y al relevar la diferencia, la contradicción, como el núcleo racional susceptible de ser comprendido y resuelto para completarlas; y de la negación de las presuntas virtudes y valores sobre las que se sostiene. Es por ello el que inaugura una época histórica caracterizada por su irrupción y el señalamiento de las tareas que hasta el día de hoy reclaman ser concluidas. Es el límite que distingue a la izquierda de otras manifestaciones de progresismo herederas de las luchas emancipadoras del mil ochocientos y que le otorgan sentido y actualidad.
Las organizaciones de obreros y artesanos, ya las manifestaban desde mediados del siglo XIX intuitivamente, experimentando formas de asociatividad que incluyeron educación popular, cooperativismo, prensa y formas de solidaridad y apoyo mutuo. Recabarren las interpreta como parte de una totalidad, que es la historia de la República comprendida como el conjunto de sus contradicciones sociales y de clase, y las orienta en un sentido que las sustrae de la pequeña lucha; de la estrechez corporativa y le infunde a su moral abstracta -moral procedente de una religiosidad ingenua o de la desesperación material a la que lo atan a condiciones de precariedad propias de las formas de la explotación del capitalismo en esa etapa “germinal- un sentido que los trasciende.
Actitud que reivindica la singularidad nacional que es su manifestación concreta, como parte de una totalidad de sentido histórico. De ahí que Recabarren incluso en su época de militancia en el Partido Demócrata tratara de inscribirlo en un movimiento de carácter internacional y que la incorporación del POS a la III Internacional fuera el resultado más o menos lógico de su trayectoria. Incluso a través de sus polémicas con anarquistas y demócratas, que son componentes esenciales en su proceso de formación, tanto por su negación como por la influencia que ejercieron en él.
Actualmente, en medio de la crisis de la cultura a la que ha arrastrado el neoliberalismo, la recuperación de Recabarren es no sólo el cumplimiento de una obligación de carácter moral. Tampoco un complemento de la reconstrucción historiográfica de la República y del siglo XX chileno. Es un imprescindible para su superación. Por su manera de comprender lo teórico; esto es, como el señalamiento de la diferencia no para reproducirla o sublimarla en lo político sino como generadora de una actividad práctica. Por su indicación de la diferencia y de la contradicción como explicación del desarrollo de la República y la forma que adoptó. También por su manera de comprender las relaciones de lo político y lo social como una continuidad de sentido. Y del internacionalismo proletario como una condición de su comprensibilidad y posibilidad de realización concreta.