Nicolás Bórquez
A 100 años del fallecimiento de Luis Emilio, es inevitable hacer un balance sobre sus ideas, y compararlas con el contexto actual de la realidad nacional.
Si bien, las oficinas salitreras hoy son patrimonio arqueológico de lo que fue en su momento el sometimiento de los obreros del caliche a condiciones infrahumanas, pagos con fichas, y fuerte represión a la organización sindical; hoy pareciera que tal realidad no se ha acabado del todo, los mecanismos de dominación de las grandes transnacionales parecieran no tener límites a la hora de idear métodos para generar espejismos de progreso individual como clase: ser pagado con giftcards, la persecución y desaparición de dirigentes sindicales, la baja moral de los trabajadores para organizarse, la ilusión de creer que existe una clase media que alcanzará a manejar los grandes capitales, el usufructo de nuestros fondos de pensiones, además de como manipulan el lenguaje para arrebatar la identidad de nuestra clase, cambiando arbitrariamente sustantivos que nos pertenecen, tales como llamar ciudadanos al pueblo, o colaboradores a los trabajadores.
De igual manera, es fácil empatizar con el doloroso final que le dio a su vida Recabarren, y como nos recuerda que la historia de la izquierda se encuentra llena de mártires, y que los héroes que hayan concretado su lucha sean tan reducidos su número. Para enfrentar al neoliberalismo, hay que engrandecerse para no verse disminuido ante la voraz fuerza salvaje de las transnacionales, pero para ello el individuo no es suficiente, sino que es necesaria una conciencia colectiva que sea capaz de comprender sus problemas de clase. No deja de sorprender, como aun en este país los derechos básicos aún no se encuentran garantizados para todas y todos los chilenos y chilenas que habitan el territorio: crisis hídrica, falta de sanitarias, conectividad, educación, salud, vivienda, jubilación, nutrición, cultura. Pensar en Luis Emilio, nos hace comprender al Chile contemporáneo, en nuestra actual crisis de salud mental. Chile es el país con la tasa de suicidios más altas de la región, al mismo tiempo, según la OCDE, somos unos de los países más infelices, junto con México. 8 de cada 100.000 habitantes en Chile se suicidan por año, y teniendo conversaciones con compañeros y compañeras, una gran parte ha planeado acabar con su vida en algún momento, generalmente paralizados por la falta de “valentía”. Por otro lado, la mayor cantidad de gente que toma la decisión de acabar con su vida suelen ser jóvenes hombres de alrededor de los 20 a 30 años.
El capitalismo no tan solo nos ha hecho individualistas respecto a los bienes materiales, sino que también ha privatizado las emociones, ha privatizado la felicidad y la tristeza, cuando en realidad, es una necesidad humana manifestar nuestras emociones con quienes nos rodean al ser seres gregarios. ¡Hay que socializar los problemas! hay que manifestar nuestro malestar, nuestra disconformidad respecto a la vida que tenemos. La ternura también puede ser revolucionaria, el amor en estos tiempos violentos es la mejor arma que tenemos para combatir la furiosa competencia. Mejor tarde que nunca, el concepto de sororidad ha llegado a nuestra cultura, y uno de mis más fuertes anhelos es que no sea simplemente un discurso, sino que realmente se ejerza la voluntad por acompañar a quien está sufriendo, a quien se siente completamente desamparado cuando ya las pastillas no calman la angustia ni la ansiedad por un CAE, o una pensión miserable.
“Mi alma que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia” Eduardo Miño.