Ana Carvajal
La danza, quizás por su momentánea existencia en una obra, figura poco en nuestra sociedad y, con eso, construye pocos recuerdos. Desgraciadamente los cultores de este arte nos vamos sumando a este olvido que nos sumerge aún más. Como profesional en la danza llevo poco más de 10 años y en este tiempo he sido testigo del desarrollo de varios artistas de mi generación, y también de quienes pertenecen a las generaciones inmediatas que me preceden y anteceden, pero tengo la sensación de que la experiencia y conocimiento de todos ellos y nosotros, no encuentra un lugar donde instalarse para ofrecer su riqueza.
Aplaudo los nuevos bríos y el entusiasmo de los jóvenes que generan sus obras, festivales, miradas y conceptos, y me sorprende la gran cantidad de gente que estudia danza ahora, con todas las precariedades que conocemos. Pero también me abisma constatar de que muchos de estos nuevos artistas, o futuros artistas, desconocen profundamente el acervo que la disciplina ha construido, olvidando que antes que ellos ha habido más de una generación, llenas de vida y aportes que hoy reciben sin la más mínima conciencia.
En parte, la «culpa» es también de mi generación y las anteriores, pues no hemos sabido crear un lugar para poner en valor nuestra historia. Es cierto que en los últimos años se han publicado libros que sin duda son referentes que nos permiten atar los cabos para saber cómo se fue armando todo, pero faltan registros audiovisuales donde se pueda generar un almacenamiento de las obras creadas, pues a pesar de que un video es la copia infeliz de una obra, puede entregar otros elementos que la escritura no transmite. Eso no está en el debate.
La figura de Patricio
El 19 de octubre Patricio Bunster cumpliría 89 años, pero hace 7 años que nos dejó, víctima de un cáncer, y su figura no deja de estar presente en los que fuimos sus estudiantes. Sin embargo, me preocupa que no se traspase plenamente quién fue. Seguramente se seguirán escribiendo biografías que cuenten sus logros artísticos y su semblante, pero no es tan claro que quede, si no se cimenta el recuerdo, el registro organizado de sus obras completas en video o su labor pedagógica, sistematizada en un método y narrada a través de los cientos de casos que se pueden hacer desde quienes fuimos sus estudiantes.
El 24 de septiembre de este año, en las redes sociales se rememoraba su muerte con fotos y gente que se aventuraba a escribir algunas palabras para él o sobre él. Yo pensaba cómo sería el Espiral sin él.
Desde 1997 el Centro de Danza Espiral se unió a la UAHC, de manera que la carrera de danza tuviera grado académico. A pesar de eso, el Espiral mantuvo la identidad que le fueron impregnando sus creadores, Joan Turner y Patricio Bunster, y siempre da la sensación de entrar a una institución con un hermoso sabor a familia. Una casa que está conformada también por su hija, Manuela Bunster, y por profesores que luego de haber sido alumnos comenzaron a participar activamente en la conformación de esta escuela. Entonces, no es fácil volver a entrar a esa casa y no encontrar el abrazo fraterno de Patricio en alguna parte y en todas.
La Compañía de Danza Espiral mantiene el repertorio de las obras creadas por Patricio, ya que afortunadamente las pudo remontar antes de morir en los proyectos Antología I y II, y eso permitió que varios jóvenes bailarines tuvieran la experiencia de ser dirigidos por él y recibir sus obras desde su mirada compleja y sensible. Seguramente hay registro audiovisual de ello, y están los testimonios de estos jóvenes bailarines, y también los más maduros, por lo que sistematizar el conocimiento del Patricio creador, no es una aventura sin rumbo. Además, seguramente sus escritos se conservan y espero que algún día puedan ser publicados.
Una alumna de Patricio
Pero, en cuanto a su importante misión educativa es muy probable que sea difícil recuperarla, pues lo significativo no era el material de trabajo en composición o improvisación, sino cómo lo entregaba. Por eso, mi intención en este artículo es registrar modestamente cómo viví esa entrega pedagógica.
Lo más interesante de estar en sus clases era estar escuchando sus millones de anécdotas y experiencias de vida, que operaban como un poderoso motor de motivación y fuente de inspiración infinita, pues Patricio veía coreografías hasta en un partido de fútbol y podía entregar un largo análisis cada vez que mostrábamos nuestras «tareas». Patricio tenía muchísimas historias que contar y las recordaba con lujo de detalle, lo que las hacía más entretenidas. Sus clases de composición muchas veces eran un monólogo alejado de cualquier contenido de la asignatura. Su ayudante, Maribel Pinto, trataba de encausar su discurso pero también sabía que todo lo que estaba diciendo nos serviría de algún modo y así fue…
Con Patricio había una horizontalidad profesor–estudiante extraordinaria, y así como yo creía sentir una relación especial con él, después con decepción me iba dando cuenta que no era la única, sino que éramos varios que teníamos la misma sensación, pues su generosidad alcanzaba para muchos. Entre café y cigarrillos, se podía pasar largas horas conversando con alguien, porque le fascinaba estar en el Espiral moviendo sus manos en el espacio, pasearse, escribir, leer o mirar alguna clase a escondidas. Nunca lo vi derrotado, ni sin ánimo, pero sí lo vi enojado…
Como artista tenía convicciones muy claras y sostenía la idea de que la danza se debía a su pueblo, por eso sus presentaciones en poblaciones, su preocupación por la educación temprana en danza y su lenguaje escénico ilustrativo, para que cualquier persona pudiera entender un mensaje o una historia en una obra de danza. Esta manera de ver el arte se insertaba dentro de lo que llamamos danza moderna y por toda la influencia alemana que tuvo, se podría decir también que fue expresionista. Sin embargo, todas estas clasificaciones para él eran un ofensa pues no comprendía que la danza no fuera expresiva, entonces todas las nuevas tendencias en que se intentaba recuperar la idea de un cuerpo alejado de las emociones, para descubrir las posibilidades propias del cuerpo, lo sorprendían y me atrevería a decir que le provocaban rabia, pues para Patricio todas estas ideologías tenían también un componente político que, sin ser proselitista, lo necesitaba rebatir con su propia mirada de la danza, la que me atrevo a sugerir que la veía como una utopía posible.
Para Patricio la composición en danza estaba ligada irrefutablemente a la música. Su obra se puede leer como una clase magistral acerca de cómo se establecen movimientos en el espacio guiados por la partitura musical, como si fuera su dramaturgia. Lo entendía a cabalidad sólo por ser él un gran auditor de música clásica, ópera y alguna música contemporánea, pues pasado una época era posible que a ésta última la encontrara indescifrablemente mala. Por eso trataba de convencernos de que ojalá no la usáramos para nuestras obras, siempre con el respeto que obviamente tenía hacia la creación de sus estudiantes, hacia el mundo que cada uno quería desarrollar y nunca imponiendo su gusto, pero sí sentando su influencia.
Patricio se dedicó a la danza gracias a los espectáculos de la compañía de Kurt Joos que vino a Chile debido a la Segunda Guerra Mundial. Azar que también permitió fundar la Escuela de Danza de la Universidad de Chile y el BANCH. Años más tarde Patricio sería parte de esta compañía en Alemania y ahí conocería a Joan. Como dato curioso, Pina Bausch comenzó a estudiar con Kurt Joos un año después de que Patricio volviera a Chile. Él me comentó una vez que siempre había querido conocer a Pina Baush, pero ella vino a Chile recién al año siguiente de que él murió.
Antes del golpe Patricio era director de la Escuela de Danza de la Universidad de Chile, cargo que jamás le fue devuelto. Lo que es peor, nunca hubo deferencias institucionales hacia él ni hacia Joan, a pesar de que fueron fundamentales en su formación. Sin otra opción, Patricio partió al exilio en la RDA, primero en Rostock y luego en Dresden, donde fue profesor y coreógrafo en la Escuela de Palucca. Durante este periodo también fue invitado a México y Cuba. Su experiencia durante la UP y durante el exilio, una vez retornado en 1985, lo llevaron a nunca aceptar el sistema que imperó e impera en el Chile dictatorial y posdictatorial. Parecía siempre como recortado de una película de postguerra, nunca se compró ropa en una multitienda, sino que iba a la ropa usada y la lucía con todo orgullo. No dejaba su barrio Yungay por nada. Y así logró generar una pequeña burbuja donde eventualmente podía instaurar un sistema donde todos podíamos bailar, en salas sin espejos y donde no habría puesto jamás calificaciones.
Sin duda el carisma de Patricio era parte fundamental del Espiral, pero me gusta saber que la escuela ahora ha incorporado en su malla curricular la discutida Técnica Contemporánea, así como también ha comenzado a abrir la familia, a primos y sobrinos que sin duda renovarán y permitirán que los estudiantes se inserten laboralmente con más facilidad en la escena actual de la danza. De alguna manera me recuerda a una frase de un escritor admirado por Patricio: Baldomero Lillo.
Cuando yo muera, la mina morirá conmigo
—Juan Fariña [de Sub Terra]
Es cierto, con él se acaba una etapa, pero también, recordándolo y a partir de lo que nos legó, entre todos podemos iniciar otra aún más fecunda. El Guillatún.