Vania Llantén Moreno
En los inicios del siglo XX, cuando Chile experimentó la llamada “cuestión social”, surgió una figura que transformaría para siempre el panorama político y social del país: Luis Emilio Recabarren. Nacido en Valparaíso en 1876, este tipógrafo de profesión se convertiría en el más influyente líder obrero de la historia chilena, dejando un legado que resuena hasta nuestros días.
Recabarren comenzó su lucha social desde muy joven, cuando las condiciones laborales en Chile eran deplorables. Los obreros trabajaban jornadas extenuantes de hasta 16 horas, en condiciones insalubres y por salarios miserables. Fue en este contexto que Recabarren comprendió la necesidad de organizar a los trabajadores, iniciando una labor que lo llevaría a recorrer el país de norte a sur.
El viento del norte grande aún susurra su nombre. En las calles empedradas de Iquique, donde el salitre dibujó historias de sudor y esperanza, los pasos de Luis Emilio Recabarren resuenan como ecos de una lucha que el tiempo no ha podido borrar. A su lado, como pilar fundamental de su trabajo revolucionario, Teresa Flores complementó su visión con una determinación que fortaleció el movimiento obrero.
Era 1912, y Recabarren encendía el desierto no solo con el sol inclemente, sino con las ideas que sembraba en cada esquina, en cada imprenta, en cada corazón obrero. Sus palabras, potentes como el viento pampino, despertaban conciencias y organizaban voluntades. La creación del Partido Obrero Socialista en Iquique, que más tarde se convertiría en el Partido Comunista de Chile, marcó un antes y un después en la historia social chilena, estableciendo las bases de lo que sería una revolución en el pensamiento político de los trabajadores. Y así fue, pues esto no fue una simple fundación partidista; representó la primera vez que los trabajadores chilenos contaban con una organización política propia, diseñada para defender sus intereses de clase.
“El despertar de los trabajadores”, así llamó a su periódico, y vaya que fue un despertar. Desde la imprenta, con el apoyo incansable de Teresa Flores, Victor Manuel Vergara, Clodomiro Gatica y José Santos González, Recabarren forjaba las palabras que darían voz a los sin voz. Cada página impresa era un manifiesto de esperanza, cada editorial una llamada a la acción, cada artículo un ladrillo en la construcción de una sociedad más justa.
Si Recabarren caminara hoy por las calles de nuestro país, ¿qué verían sus ojos de luchador? Quizás una sonrisa se dibujaría en su rostro al ver las 40 horas semanales conquistadas, el derecho a huelga fortalecido, las madres trabajadoras protegidas por un post natal extendido. Su visión de justicia social, compartida y enriquecida por sus compañeras de lucha ha dado frutos que hoy cosechamos. Así es, probablemente encontraría tantos motivos de satisfacción pero también de preocupación, su corazón revolucionario también sentiría la urgencia de las batallas pendientes. En las oficinas modernas de cristal y acero, nuevas formas de explotación se esconden tras pantallas digitales. Los trabajadores de aplicaciones, los temporeros de la era digital esperan por un nuevo Recabarren que organice sus fuerzas dispersas.
Si estuviera aquí, lo veríamos encabezando la lucha por pensiones dignas. Su voz potente, que hacía temblar los cimientos del poder, resonaría en las calles y en el Congreso, tejiendo alianzas, construyendo puentes entre los diferentes sectores de la sociedad.
Como lo hizo hace más de un siglo, unificaría las demandas sociales en un proyecto coherente de transformación.
Lo imagino en una asamblea moderna, donde los celulares han reemplazado a los panfletos, pero las palabras siguen siendo iguales de poderosas. Recabarren tomaría la palabra: “Compañeros y compañeras, el futuro de nuestros ancianos no puede ser moneda de cambio en el mercado. ¡Las pensiones son un derecho, no un negocio!”
En las poblaciones, en las universidades, en las fábricas y en las oficinas, su legado sigue vivo. Cada vez que un grupo de trabajadores se reúne para exigir sus derechos, cada vez que se alza una voz contra la injusticia laboral, cada vez que los jóvenes sueñan con un Chile más justo, el espíritu de Recabarren está ahí, inspirando, guiando, recordándonos. que la lucha continúa.
Como el salitre que blanquea el desierto, sus ideales han cristalizado en las conquistas sociales de hoy. Pero como el mismo desierto, que siempre tiene sede de justicia, nos recuerda que hay mucho camino por recorrer. Su voz nos llega desde el pasado, más vigente que nunca: “La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”.
Y así, entre el ayer y el hoy, entre lo ganado y lo que falta, entre la memoria y la esperanza, el legado de Recabarren sigue vivo en Chile. Sus pasos resuenan en cada manifestación, en cada asamblea sindical, en cada proyecto de ley que busca más justicia social. A cien años de su partida, su visión revolucionaria, apoyada y enriquecida por muchos y muchas, sigue iluminando el camino hacia un mañana más justo, recordándonos que hay luchas que no terminan, hay llamas que no se apagan, hay sueños que se heredan de generación en generación, como un fuego ardiente que ilumina el camino hacia la justicia social.