Eric Campos
En el crisol de la historia de Chile, Luis Emilio Recabarren emerge no solo como un sindicalista ejemplar, sino como el verdadero intelectual orgánico de la clase trabajadora chilena. Su vida y obra representan un proyecto político coherente, profundamente enraizado en la necesidad de que la clase trabajadora no sea únicamente un sujeto económico, sino también un actor sociopolítico capaz de disputar el poder desde sus propias bases.
Recabarren no fue un líder improvisado ni el producto de la casualidad. Fue un pensador estratégico, comprometido con el socialismo y con una visión clara sobre la organización de los trabajadores. Entendía que las condiciones de explotación y precariedad no eran accidentes del capitalismo, sino su esencia misma. Por eso, su lucha trascendía las demandas inmediatas, buscando transformar las relaciones de poder en la sociedad, construir conciencia de clase y proyectar un horizonte socialista.
En su rol como sindicalista, Recabarren utilizó herramientas fundamentales como la prensa obrera y la educación popular para politizar y articular a las masas trabajadoras. Como señaló el historiador Gabriel Salazar, Recabarren fue “el único intelectual orgánico de la historia política del pueblo chileno”, un título que refleja su compromiso inquebrantable con el movimiento obrero y su capacidad para convertir ideas en acción colectiva. Su labor respondió directamente al naciente capitalismo chileno de finales del siglo XIX, que sumió a los trabajadores en condiciones de extrema precariedad.
El impacto de Recabarren trasciende su tiempo. A cien años de su partida física, su influencia sigue viva en la perspectiva sociopolítica que debería guiar al sindicalismo chileno contemporáneo. Hoy enfrentamos una ofensiva ideológica que promueve el individualismo como sentido común, debilitando la organización colectiva y la solidaridad de clase. En este contexto, el legado de Recabarren es fundamental: nos recuerda que el sindicalismo no puede limitarse a la defensa de intereses económicos inmediatos, sino que debe ser una herramienta política para la transformación social.
Recabarren planteó con claridad la cuestión del poder como eje central de la acción sindical. Al promover la unidad de la clase trabajadora, la formación política y la construcción de organizaciones como la FOCH y el Partido Comunista, trazó una hoja de ruta que sigue siendo vigente. Crítico del anarquismo por su incapacidad de construir poder organizado, Recabarren insistió en que la lucha sindical debía enmarcarse en una estrategia política clara, orientada hacia el socialismo.
Su influencia también se refleja en el desafío permanente de superar el miedo, la apatía y el hambre. Como afirmó: “El egoísmo individual es la consecuencia naturalmente producida cuando llega al pueblo el convencimiento de que la igualdad social, moral y económica es una ilusión”. Esta reflexión resuena hoy, cuando las fuerzas de derecha intentan imponer la narrativa de que el esfuerzo individual basta para superar las desigualdades, negando el rol fundamental de la organización colectiva y del Estado en la distribución de la riqueza.
Recordar a Recabarren es rescatar su compromiso con la acción política de las y los trabajadores como parte de una estrategia mayor. La tarea del sindicalismo no puede ser otra que disputar el poder desde una perspectiva de clase, construyendo unidad y proyectando un horizonte de justicia social. Su legado, junto al de figuras como Teresa Flores, nos invita a reflexionar sobre el papel del sindicalismo como una fuerza transformadora.
Hoy, la luz de Recabarren sigue iluminando nuestras luchas. Nos recuerda que el sindicalismo debe ser, ante todo, un movimiento político capaz de desafiar las estructuras de poder y construir un futuro donde el trabajo sea dignidad y no explotación. Que la historia nos juzgue por nuestra capacidad de seguir su ejemplo, organizando, educando y luchando por una sociedad sin explotados ni explotadores.